La bruja, el dragón y el sapo
- Almudena García
- 1 jul 2018
- 5 Min. de lectura
Había una vez, una princesa, que vivía en un castillo. Había una vez, un dragón, que…
«Otra vez un cuento de princesas no» protestó la niña «son todos siempre iguales» su madre se rió y le acarició la cabeza. «Este va a ser distinto» contestó mientras se recolocaba en la cama «anda ven, que te lo cuente».
Había una vez, una princesa, que vivía en un castillo. Había una vez, un dragón que lo custodiaba. Había una vez un reino donde la leyenda de la princesa y el dragón se había extendido con rapidez. Había una vez un príncipe que decidió rescatar a la princesa.
El príncipe, de grandes ojos azules y que tenía enamorada a toda aquella que le miraba, acudió a la bruja más cercana para que le ayudara en su ardua misión. La bruja a la que acudió, no era más que una chiquilla que vivía en medio del bosque y había aprendido brujería de su anciana abuela.
«Ya conozco esta historia» protestó de nuevo la niña, «el príncipe le pedirá ayuda a la bruja, esta le ayudará a cambio de algo, él derrotará al dragón y se casará con la princesa». Su madre volvió a reírse. «¿No te he dicho que esta es una historia distinta? Tú espera».
La bruja, que era una novata en su oficio, había escuchado siempre historias de príncipes que buscan princesas. Y cuando nuestro caballero de ojos azules le pidió ayuda, esta intentó encontrar que podía ofrecerle el príncipe a cambio.
Nada de lo que el príncipe poseía le interesaba, tampoco buscaba que le trajera la cabeza del dragón y que cediera a su primogénito con la princesa le parecía grotesco. Terminó decidiendo que no ayudaría al príncipe. «Nada que podáis ofrecerme me interesa, buscad otra bruja que os ayude» le dijo antes de darle con la puerta de la cabaña en las narices. «Esperad, por favor» le rogó el príncipe, «sois la única bruja en kilómetros a la redonda y necesito llegar hasta la princesa, las historias dicen que es la más hermosa de todas y debe ser mi esposa».
La bruja, aburrida del lloriqueo del príncipe, le cerró la puerta en la cara. «No voy a ayudaros y quizás la princesa tampoco necesita que la salven» le dijo con la puerta ya cerrada. «Toda mujer necesita ser salvada» contestó él.
Ante este comentario, la bruja abrió de nuevo la puerta y tras mirar como los ojos del príncipe encantador se llenaban de esperanza al verla, le convirtió en sapo con un chasquido de dedos. «Ninguna mujer necesita ser salvada por un hombre» dijo ella mientras recogía al sapo entre sus manos «pero iremos a ver si vuestra princesa necesita ayuda de otra mujer».
Cogiendo el caballo que el príncipe había traído y metiendo al príncipe sapo en un pequeño zurrón, emprendió su viaje hacia el castillo de la princesa. Tardó varios días en llegar y cuando lo hizo se encontró con un castillo de color blanco como el marfil y que transmitía demasiada calma para ser el castillo encantado del que tanto se hablaba.
Dejó al caballo en la entrada y se adentró en el castillo, varita en mano, con el pequeño sapo asomado del zurrón mirándolo todo. Subió varios pisos de escaleras parándose en cada tramo a mirar si encontraba al dragón, pero aquello parecía desierto.
Siguió subiendo hasta los últimos pisos, donde las monedas de oro y las joyas comenzaban a amontonarse por el suelo. «El dragón está cerca, eso está claro» pensó la bruja mientras agarraba con más fuerza la varita. Unos pisos más arriba empezaba a ser imeposible caminar sin hacer sonar las monedas, ni la bruja ni el sapo parecían entender dónd estaba el dragón.
Se pararon entonces ante una gran puerta dorada adornada con joyas y una corona en blanco pintada en su centro. La bruja se armó de valor y agarró con aún más fuerza la varita mientras abría lentamente la puerta.
La habitación estaba cubierta de monedas de oro, de joyas y de más cosas brillantes. La bruja que entró con cuidado, descubrió a la princesa sentada en el alféizar de la ventana cepillándose el pelo. «Os he visto llegar» dijo la princesa sin apartar la mirada de la ventana «me ha sorprendido que fuerais una mujer». La bruja se quedó en el centro contemplando a la princesa.
«Sois la princesa encerrada, si no me equivoco» dijo tras unos minutos de silencio. «¿Dónde está el dragón que guarda la torre?» La princesa soltó una risa y tras dejar el peine, se puso en pie y se acercó hasta la bruja. «Tenéis ante vos a la princesa» dijo haciendo una pequeña reverencia, «y tenéis ante vos al dragón» dijo repitiendo la misma pose.
La bruja se quedó desconcertada por unos instantes y cruzó la mirada con el sapo de su zurrón, que tampoco parecía entender nada. La princesa volvió entonces hacia la ventana donde continuó cepillándose el pelo.
«¿Encantamiento al nacer o para manteneros aquí?» preguntó la bruja al cabo de un rato. «De nacimiento» contestó la princesa. «¿Buscáis romperlo?» dijo la bruja esta vez levantando un poco la varita para que la princesa la viera. «Busco quién me acepte en este estado» respondió entonces, «si venís a romper mi hechizo en nombre de algún príncipe, ya podéis iros, porque no pienso casarme con ningún hombre».
La bruja sonrió y sacó del zurrón al sapo. «Este es el príncipe que me ha pedido ayuda, no he venido a ayudar a ningún príncipe como podéis observar». La princesa, curiosa, se acercó de nuevo hasta la bruja y tomó entre sus manos al sapo «Encantador, seguro que así estáis mucho más hermoso que en vuestra forma natural» le dijo al sapo y entonces le tendió la mano a la bruja. «Soy Elizabeth» la bruja tomó la mano de la princesa y la besó. «Soy Kasandra, para serviros».
La princesa y la bruja pasaron varios días juntas en la torre, al parecer Elizabeth se había negado a casarse con ninguno de los muchos príncipes que se habían paseado por la corte. Sus padres la habían enviado a aquel castillo y habían propagado su leyenda, cuando ella les había preguntado, si no podía tener a otra reina a su lado.
Por su parte, Kasandra le había dicho a su madre que antes de casarse con ninguno de los muchachos del pueblo en el que vivían prefería tirarse por un acantilado y tal fue la bofetada que su madre le propició, que decidió huir a donde vivía su abuela y aprender a cuidarse ella sola.
La bruja y la princesa continuaron varios meses en aquella torre donde nadie se atrevía acercarse y cuando alguien lo hacía solo necesitaban que el dragón rugiera un poco.
El sapo se terminó escapando al cabo de los meses, pero ambas estuvieron convencidas de que algún vagabundo lo trincharía para comérselo antes de que volviera a ser humano y pudiera contar que la bruja y la princesa se habían enamorado.
Unas historias cuentan que la bruja y la princesa pasaron el resto de sus días juntas en la torre. Otras historias cuentan que viajaron hasta la cabaña donde antes vivía la bruja y allí adoptaron una niña donde vivieron felices para siempre.
Aunque hay una, que dice, que la bruja montada a lomos del dragón, llegó al castillo de la princesa y juntas tomaron por la fuerza el trono que legítimamente pertenecía a la princesa. En ese reino, las niñas pueden querer a las niñas, y los niños pueden querer a los niños. Y Elizabeth y Kasandra fueron el primer dragón y la primera bruja que se alzaban como reinas.
«No sabía mama que fueras una bruja» dijo la niña mirando con los ojos abiertos como platos a su madre que había terminado de contarle el cuento «Tampoco te habíamos contado nunca que yo soy una princesa» dijo su otra madre que había estado sentada en una hamaca frente a ellas «¿Entonces yo soy un dragón, una bruja y una princesa? » preguntó la niña muy emocionada mientras su madre la cogía en brazos y la tumbaba en la cama «eres todo lo que quieras, mi vida» dijeron Kasandra y Elizabeth al unísono mientras arropaban a la vez a su hija «y podrás querer siempre a quien quieras».
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