Con la llegada del invierno
- Almudena García
- 6 ago 2022
- 19 Min. de lectura
Actualizado: 16 oct 2022
"I never minded being on my own, then something broke in me and I wanted to go home, to be where you are, but even closer to you, you seem so very far"
Creo que en algún momento de nuestra historia la gente usaba cartas para comunicarse. Escribían todo aquello que querían contar, las guardaban, las sellaban y las enviaban, esperaban días o semanas para que la otra persona recibiera su mensaje y no se impacientaban cuando no obtenían respuesta hasta mucho tiempo después. No sé cómo eran capaces de vivir con la incertidumbre de si sus palabras habrían llegado a su destino o se habrían quedado a medio camino.
Debía de ser desesperante o es que quizás nuestra sociedad ahora funciona a tanta velocidad que ya ni siquiera podemos esperar a no obtener una respuesta inmediata. Por eso, cuando Florence no contestó a mis mensajes el segundo día, empecé a preocuparme. Su último mensaje diciéndome que tenía que ayudar a su madre con la plantación seguía parpadeando frente a mis ojos. Mis siguientes mensajes habían dado error al enviar y seguían en un estado de carga continuo. Empecé a desesperarme y a descuidar mis tareas, simplemente pendiente de que si quizás me movía por las diferentes partes de la estación conseguiría una cobertura mejor y aquellos mensajes se enviarían.
Mi madre me interceptó el tercer día de espera, mientras escapaba por las compuertas traseras de nuestro módulo y me dirigía hacia otro lugar de la estación. Ni siquiera la llegué a ver, me choqué con ella de bruces y ella frunció aún más el ceño cuando vio que mi intercomunicador encendido.
—¿Dónde se supone que vas? Deberías estar ayudando a tus hermanos a recoger la pesca—preguntó y yo apagué el intercomunicador en el acto.
—Iba a buscar redes, necesitamos más —respondí, aunque estaba segura de que mi mentira era nefasta y que mi madre me estaba vigilando.
—Vuelve adentro con tus hermanos, Artemis.
Agaché la cabeza y no discutí, retrocedí sobre mis pasos y mi madre volvió a salir del módulo. Me dirigí directa hacía el foso de pesca donde mis hermanos intentaban recontar la pesca del día sin demasiado éxito.
A causa de aquello la pesca era cada vez más reducida y por lo tanto el modo de vida de nuestra plataforma cada vez era más complicado. Pero no éramos los únicos afectados, sabía que la plataforma de Florence estaba empezando a sufrir los efectos del frío sobre sus plantaciones y aunque ellos intentaban recuperar las cosechas empezando a cultivar en invernaderos cerrados, no todas las plantas sobrevivían al frío y no todas las familias de su plataforma podían permitirse aquellos invernaderos.
Los polos se hacían cada vez más grandes y temíamos que las plataformas que estaban más cerca de ellos terminaran por ser engullidas por el hielo. Nuestros animales no estaban acostumbrados al frío y nosotros tampoco, parecíamos destinados a una extinción rápida y segura y aun así seguíamos intentando sacar peces de donde no los había.
Mi hermano mayor, Ceo, sacó la última red, contaba con menos peces que las anteriores y se sentó derrotado en el suelo mientras la escotilla que daba al océano se cerraba. La mediana de los tres, Metis, hizo el recuento final y guardó los últimos peces en la nevera mientras su frustración era evidente. Cada día había menos peces, se escapaban de nuestras redes o quizás el frío les hacía hundirse hasta las profundidades. Aquel mes no llegaríamos a obtener beneficios suficientes.
Era miércoles, así que nos dirigimos todos directamente al módulo del consejo y en el camino se nos unió nuestro padre sin decir una sola palabra, con la frente aún manchada de sudor y las manos metidas en los bolsillos. Hicimos el camino hasta el módulo como si fuéramos una procesión silenciosa a la que se le iban uniendo cada vez más personas con las mismas caras de angustia y desesperación.
La reunión no fue diferente a la de las semanas anteriores, el consejo nos decía que tuviéramos paciencia y que el invierno acabaría por irse. Que podríamos volver a salir a pescar fuera de la plataforma, que los peces volverían, que era ley natural. Mi madre, desde la mesa del consejo, nos echaba miradas de vez en cuando y los cuatro podíamos leer en sus ojos que todas aquellas palabras eran mentira, pero que teníamos que vivir con aquello. Ya no había forma de remediar lo que los de arriba habían causado.
Mientras nuestra plataforma y otras muchas como la nuestra alrededor del planeta se iban quedando poco a poco sin suministros, otras plataformas se enriquecerían a nuestra costa y se llevarían nuestras materias primas, como siempre habían hecho y como siempre harían.
Yo acabé por desentenderme de la reunión, con la vista aún clavada en mi muñeca y en los mensajes sin enviar que aún brillaban esperando poder llegar a su destino. Quería saber cómo le iba a Florence y poder quejarme de aquella estúpida reunión y de cómo todos estábamos destinados a morir de una forma trágica y aburrida. Florence me habría dicho que dejara de ser tan pesimista, me habría consolado y me habría dicho que el futuro no podía ser tan trágico si ambas estábamos juntas. Pero es que ella ya no estaba.
—¿Y sabemos algo de las plataformas del sur?
Levanté la cabeza de mi intercomunicador. Una de nuestras vecinas más ancianas había lanzado aquella pregunta. Se había puesto de pie a duras penas y se mantenía muy firme esperando su respuesta.
—No tenemos ninguna noticia de las plataformas del sur —declaró mi madre, que era la encargada de las comunicaciones.
—Mi hermana vive en la plataforma minera —le respondió la señora—. Llevo un par de semanas sin saber nada de ella, mis llamadas no dan señal y mis mensajes no le llegan.
Se formó un barullo, otros vecinos empezaron a ponerse de pie y empezaron a decir lo mismo, todos contaban la misma historia de diferentes plataformas, todas las que se encontraban más al sur y de las que nadie obtenía respuesta. Fui a levantarme, a gritar que yo tampoco había obtenido respuesta de una de aquellas plataformas y entonces mi hermana me agarró del brazo y me obligó a mantenerme sentada.
—Llevo días sin saber nada de Florence —le dije mientras intentaba quitarme su brazo de encima. Metis me miró desde detrás de sus enormes gafas y me obligó a mantenerme sentada.
Nuestros vecinos siguieron levantándose, todos pedían una respuesta a lo que estaba ocurriendo, comenzaron a alzar la voz y a amontonarse. Ceo tiró de nosotras y nos sacó de allí antes de que la marabunta de gente se nos echara encima y salimos del módulo de reuniones lo más rápido posible mientras nos dirigíamos a nuestro módulo.
—Yo también necesito saber qué ocurre —le grité a mis hermanos mientras me obligaban a entrar en nuestra casa.
—Tenemos problemas más graves que el hecho de que tu novia no te responda a los mensajes —me contestó mi hermana mientras subía la calefacción de la casa.
—¡Pero necesito saber si está bien!
—¡Y yo necesito que haya más peces en las redes y eso no va a pasar por arte de magia! —me gritó de vuelta y se quedó a un palmo de distancia de mi cara—. Lo mismo te está ignorando porque ha encontrado a otra o ya no le interesas, me da igual, no es importante.
—Florence no me está ignorando, ha pasado algo.
—Sí, que lo mismo se ha echado una novia de verdad y no una que viva a cuatro plataformas de distancia y a la que no va a conocer en su vida. Erais novias de mentira, supéralo.
Aquello lo dijo sin siquiera pestañear, las palabras se me quedaron atascadas en la garganta mientras mi hermana me miraba fijamente, entonces Ceo me cogió de los hombros y me llevó hacia mi habitación.
—Ya te vale —le escuché susurrarle a Metis mientras me alejaba de ella y las lágrimas se me apelotonaban en los ojos esperando a escapar en cuanto tuvieran la oportunidad—. No lo dice en serio —me dijo mi hermano mientras me sentaba en mi cama—. Seguro que Florence está bien y…
—¿Tú también piensas que era solo su novia de mentira? —le pregunté, interrumpiendo, como si aquello fuera un miedo que siempre había tenido, pero que nunca me había atrevido a formular en voz alta.
—No digas eso. Metis solo está muy estresada y se le escapa la fuerza por la boca. —Ceo me quitó las lágrimas de los ojos con la manga de su chaqueta y me obligó a mirarle—. Seguro que Florence está bien, ya lo verás—. Pero él no estaba seguro de aquello y yo tampoco podía estarlo.
En la cena mi madre nos dijo que simplemente había una avería y que enseguida las comunicaciones con las plataformas del sur volverían a estar operativas. Pero esa noche, mientras me escapaba a hurtadillas a la terraza para ver si desde allí mis mensajes se enviaban, escuché como mi madre le decía a mi padre que no tenían ni idea de que había ocurrido realmente con las plataformas del sur.
Aquello había ocurrido en todos los sectores, todos habían empezado a perder comunicación con otras plataformas y no se había obtenido respuesta. Los transportes y el comercio también se habían colapsado y ya nada llegaba del sur, era como si el frío se los hubiera comido y los hubiera hecho desaparecer para siempre.
Volví a escribirle a Florence, con la esperanza estúpida de que un mensaje más preguntándola donde estaba pudiera llegar hasta ella, pero aquello no ocurrió. Tras mi mensaje solo obtuve silencio y volví hasta mi cuarto arrastrando las lágrimas y con el deseo estúpido de que Metis tuviera razón y que en realidad Florence me estuviera ignorando y no que algo malo le hubiera ocurrido.
Cuando a la mañana siguiente encendí mi intercomunicador de nuevo, un mensaje saltó en mi pantalla a los pocos segundos y delante de mí el nombre de Florence brilló con fuerza. Abrí el chat con miedo, no sabía qué esperaba encontrar. Lo que hallé careció de sentido para mí, no había una contestación a mis interminables mensajes. En la pantalla de mi intercomunicador solo encontré una serie de números sin demasiado sentido.
No me dio tiempo a procesarlo, mi hermana enseguida estaba golpeando la puerta de mi cuarto para que bajara a empezar con la jornada. Ceo ya nos esperaba con algo de té preparado y tras servirnos una taza a cada una, empezamos a montar las redes. Yo no podía sacarme de la cabeza aquellos números y mientras nos asegurábamos de que las redes estuvieran en buen estado y podíamos lanzarlas al océano, la idea de que quizás aquel era su nuevo número de intercomunicador cruzó mi mente.
Cuando subimos a desayunar intente probar suerte e introducir aquellos números en el intercomunicador, pero aquel número no encajaba. Mis hermanos prepararon el desayuno y dejaron sobre mi plato aquella masa deforme a la que llamábamos tortitas aunque no era más que unos cuantos polvos a los que se les echaba agua y formaban una masa pastosa a la que debíamos considerar desayuno.
Miré la caja en la que venían: Tortitas del abuelo. Como en tu módulo, en ningún sitio. La cara de aquel señor con un delantal y un plato de tortitas de verdad en la mano me devolvía la mirada mientras el estómago me rugía. Fue entonces cuando me percaté que debajo de aquel horrible eslogan y de la letra pequeña, que seguramente admitiera que aquello que nos estábamos comiendo nos iba a matar, había una serie de números muy similar a los que Florence me había enviado. Entonces me di cuenta: era una ubicación.
Tras aquello, Ceo y yo nos dirigimos a vender el pescado del día anterior mientras Metis nos repetía que no se nos ocurriera permitir regateos, no podíamos permitirnos perder ni una sola moneda. Ceo no regateó, vendía nuestro pescado a los compradores de las plataformas superiores por el precio que Metis nos había indicado y se mantenía firme mientras los comerciantes intentaban sacárselo más barato.
—Son unas miserables ratas —me dijo mientras volvíamos hacia nuestro módulo y contaba lo ganado—. Siempre diciendo que se lo vendemos muy caro, como si ellos no fueran a triplicar el precio cuando lo lleven a sus plataformas.
Creo que mi respuesta fue un monosílabo sin demasiado sentido. Intentaba entender por qué Florence me había mandado unas coordenadas ¿qué quería que hiciera con aquello? Lo más lógico habría sido localizarla, pero no tenía ni idea de cómo leer coordenadas y por más que lo había probado, mientras Ceo vendía el pescado, mi intercomunicador tampoco parecía saber leerlas.
—¿Artemis, me estás escuchando? —Mi hermano me puso una mano sobre el hombro y me obligó a frenarme.
—¿Sabes algo sobre coordenadas?
Le conté rápidamente lo que había escuchado de nuestros padres la noche anterior, los miles de mensajes que no parecían llegar a enviarse y aquella secuencia de números que yo no sabía leer. Ceo miró mi intercomunicador y empezó a copiar los mismos números al suyo.
—¿Estás segura de que son unas coordenadas?
—Un número para un intercomunicador te aseguro que no es.
—Intentaré localizar dónde te está mandando tu novia, pero voy a tardar un poco. No es que lo haya puesto fácil mandando toda la lista de números de seguido.
Esa tarde cubrí a Ceo en sus tareas. Metis no me preguntó demasiado, le dije que se encontraba algo mal después del desayuno, ella resopló y dijo que era normal, si se comía aquellas tortitas insípidas de cuatro en cuatro. Después me tuvo todo el día de arriba para abajo ayudándola con las tareas, hasta que a la noche subimos las trampas para cangrejos y las redes para los peces. Había menos que el día anterior y la vena de la frente de Metis empezó a hincharse como un globo mientras hacía las cuentas de aquella jornada.
Conseguí escaparme del foso antes de que explotara contra mí y le llevé algo de cenar a Ceo que seguía en su habitación. Cuando entré me lo encontré con un mapa enorme colocado sobre el suelo y una proyección holográfica flotando sobre él. Me miró ilusionado cuando me vio entrar y me pidió que me acercara rápidamente.
Ceo había sido un scout de pequeño. Le encantaba salir a explorar los fines de semana con su grupo y visitar otros sectores. De no haber sido porque papá se rompió la pierna cuando Ceo tenía doce años y tuvo que empezar a ayudarle a muy temprana edad, habría ido a las plataformas superiores a estudiar y con un poco de suerte se había convertido en un gran científico, en un gran explorador o se habría unido a los centinelas. En todo caso, aunque Ceo solo parecía el músculo de la familia, sabía que le encantaba aquello, poder sentarse frente a un mapa e investigar.
—Había muchas combinaciones —me explicó y el mapa holográfico empezó a mostrar una gran cantidad de luces de colores que se fueron reduciendo mientras Ceo me explicaba su proceso de investigación hasta que solo quedó una brillando—. Tiene que ser aquí.
—Pero eso es el medio del océano.
Ceo asintió, convencido por su descubrimiento y me explicó que tenía sentido que fuera aquel lugar. Que si Florence y su plataforma habían desaparecido, eran la quinta plataforma que desaparecía y si unías el recorrido de todas ellas hacia el sur, te llevaba hasta aquel punto.
—Pero allí no hay nada.
—Y al norte tampoco había nada y ahora unas enormes placas de hielo amenazan a las plataformas superiores.
—Al sur no hay hielo.
—Pero podría haber tierra.
Tierra. Era un concepto extraño. Nuestro planeta se llamaba Tierra, pero no había tierra en ningún sitio que no fuera creada sintéticamente. Nuestro planeta no era más que una masa de agua llena de plataformas que se alzaban desde el fondo del océano.
Siempre nos habían contado que antes nuestro planeta no había sido así, que las plataformas no existían, que fueron un recurso que se creó para salvarnos de la extinción. Pero aquello supuestamente simplemente era un cuento para asustarnos. Una leyenda de que si no éramos buenos con el planeta, el planeta nos devoraría de nuevo. Quizás el planeta nos estaba devorando otra vez.
Ceo me mandó el mapa a mi intercomunicador y volví a mi habitación con la cabeza embotada y sin saber cuál debía ser mi siguiente paso. No podía coger un barco yo sola e ir a investigar aquello, las comunicaciones y el transporte estaban cerrados, aquello era imposible.
Una semana más tarde seguía sin saber qué hacer. El mensaje de Florence brillaba en mi pantalla. El mapa que Ceo había generado me decía que tenía que ir ahí. Pero yo me había quedado pegada a nuestra plataforma y no sabía moverme en ninguna dirección. Era miércoles de nuevo y tras acabar con nuestras obligaciones nos dirigimos de nuevo hacia el módulo del consejo.
La reunión fue de nuevo igual, se habló de la subida de los impuestos, de la falta de pesca, de la necesidad de subir más la calefacción de toda la plataforma y entonces un vecino volvió a sacar el tema de las plataformas del sur. Esta vez no hubo tanto alboroto, pero algún vecino mencionó que la plataforma de avicultura también había dejado de responder.
No sé si el resto de mis vecinos notaron al igual que yo que mi madre mentía cuando les dijo que todo iría bien. Pero el barullo empezó a formarse tras sus palabras y mis hermanos y yo nos escabullimos de la reunión antes de que empezara otra revuelta.
En nuestro módulo Metis volvió a subir la calefacción mientras tiritaba y tras coger una manta se encerró en su habitación. Ceo y yo nos quedamos en el salón tomando algo de aquella sopa sintética asquerosa, pero que al menos nos hacía entrar en calor.
No recuerdo quién de los dos sacó el tema, pero enseguida comentamos que el patrón de desapariciones solo seguía a las plataformas del sudeste. La conclusión fue rápida entre ambos, en un par de semanas seríamos los siguientes en enfrentarnos a aquel desastre del que nadie nos estaba informando.
Fue entonces cuando la idea que llevaba días picando detrás de la oreja empezó a escocer con más fuerza. Si no intentaba llegar hasta la ubicación de Florence quizás jamás podría hacerlo. Quizás Florence había escapado de lo que fuera aquello y aunque aquello no nos alcanzara, era cuestión de meses que nos quedáramos sin un solo pez en las redes y al final cundiría la anarquía.
Ceo sabía en lo que estaba pensando y no se opuso a ayudarme cuando le dije que tenía que llegar hasta la ubicación. Me dijo que me preparara una pequeña mochila, que a medianoche cuando todos estuvieran durmiendo nos encontraríamos en el foso de la pesca.
En la cena mi madre se dedicó a evitar las preguntas de Metis sobre lo que estaba ocurriendo realmente y sus evasivas me empujaban más a marcharme en busca de Florence. Si allí nadie nos iba a dar respuestas, tendríamos que buscarlas nosotros mismos.
A medianoche bajé hasta el foso con la mochila a mis espaldas y con el abrigo más gordo que había encontrado. Ceo estaba preparando una pequeña cápsula sumergible que solíamos usar para bajar hasta las profundidades cuando las redes o las trampas se quedaban atascadas.
—¿Te acuerdas como se pilotaba, no?
Asentí. Metis me había enseñado a usarla cuando era muy pequeña y a mí se me daba bien pilotar, era una de las pocas cosas que disfrutaba haciendo y desde que la pesca había disminuido, no habíamos tenido que usar la cápsula para nada.
—Ven conmigo —le dije a mi hermano mientras me colocaba en la cápsula. Había sitio para él también, iríamos ambos y encontraríamos lo que había al otro lado. Quizás encontraríamos a Florence o quizás encontraríamos esa tierra de la que Ceo hablaba.
—No puedo hacerles eso —me respondió.
—No hay peces Ceo, no hay nada en lo que te necesiten aquí más que para calmar las rabietas de Metis. Podríamos llegar al otro lado juntos.
Vi la duda en los ojos de mi hermano. No había pesca, Metis podría encargarse de las pocas tareas que había y mamá podría ayudarla. Sabía que irnos ambos era arriesgado, no sabíamos si había una manera de volver, si encontraríamos algo o si nos quedaríamos sin combustible antes de que ocurriera y nos quedaríamos en el fondo del océano hasta que el oxígeno se nos agotara. Pero incluso en la peor de las situaciones, nuestra plataforma estaba destinada a la catástrofe y aunque fuera un sueño estúpido perseguir a mi novia por el océano e intentar saber si aquella tierra en la que Ceo creía era verdad, era mucho mejor aquello que morir en aquella plataforma.
Al final vi como la duda desapareció de sus ojos y empezó a buscar por todas las partes del foso un abrigo, iba a venir conmigo. Le hice hueco, guardé la mochila en el compartimento de las trampas y esperé a que él saltara dentro de la cápsula. Pero entonces la puerta del foso se abrió y Metis entró, aun medio adormilada.
—¿Ceo? —fue lo primero que dijo, al ver a mi hermano junto a la puerta rebuscando en el armario—. ¿Qué haces…? —Entonces reparó en la cápsula y en mi cabeza asomando de ella, el sueño se evaporó de su rostro de golpe y la vena de la frente volvió a hincharse—. ¿Qué narices estáis haciendo? No me digas que vas a buscar a la estúpida de tu novia.
No tuve tiempo de responder, Ceo se abalanzó contra la cápsula y la cerró, tiró de la palanca que cerraba la escotilla de salida antes de que Metis pudiera reaccionar y la cápsula se propulsó al fondo del océano en escasos segundos. Ni siquiera pude despedirme, lo último que Ceo vocalizó antes de lanzarme al océano fue un «Lo siento» y después de eso solo hubo oscuridad.
Tardé en reaccionar mientras la cápsula se hundía. Encendí el motor y las luces justo a tiempo de esquivar una de las estructuras sumergidas de la plataforma. Me alejé de la plataforma sumida en un profundo silencio y en una profunda ansiedad. Ceo iba a tener que responder ante nuestros padres y cuando mis vecinos dejaran de verme por el mercado, empezarían a hacer preguntas y si esas preguntas resultaban en lo evidente, quizás todos empezaran a lanzar cápsulas al océano y mi madre tendría que responder ante aquello.
No había meditado bien aquel plan, pero no podía dar la vuelta. No mientras tuviera unas coordenadas, no mientras tuviera la certeza de que el invierno nos estaba engullendo y había que encontrar respuestas. Ceo sabía los riesgos y quizás podría llegar a un acuerdo con Metis para cubrirme, aunque Metis se hubiera enfadado era inteligente, sabía que empezar una cruzada contra Ceo no la ayudaría en nada, quizás podrían llegar a un acuerdo.
Me tranquilicé pensando en aquello, pensando en que mis hermanos eran lo suficientemente listos como para gestionar aquello y entonces coloqué el intercomunicador frente a mí y proyecté el mapa holográfico para poder guiarme. Según aquello no tardaría ni medio día en alcanzar el punto que Florence me había indicado, así que me puse manos a la obra y empecé a conducir la cápsula en esa dirección.
Cuando dejé de encontrarme con los soportes submarinos de nuestra plataforma me di cuenta de que era la primera vez que me alejaba tanto y seguí el camino sin intentar pensar en aquello y en la inmensidad del océano. Todo estaba tranquilo, demasiado, teníamos razón y los peces estaban desapareciendo, apenas visualizaba bancos de peces más pequeños y los grandes que el radar debía detectar estaban alejados de nosotros. Aquello me demostró que nuestra forma de vida se había agotado, que el invierno se había tragado a los peces como se había tragado las plataformas.
Cuando conseguí que el camino solo fuera recto, coloqué el piloto automático y me eché a dormir. Si mis cálculos eran correctos llegaría antes del mediodía al otro lado y obtendría mis respuestas.
Me desperté con una sacudida de la cápsula. No era una sacudida normal, no me había chocado con nada, era como si el agua me hubiera hecho descender hasta las profundidades y la cápsula estuviera a punto de encallar en el fondo marino. Me coloqué rápidamente a los mandos, hice que la nave ascendiera y empecé a darme cuenta de que yo no había descendido como pensaba, porque el sol estaba cada vez más cerca y al cabo de unos minutos me encontraba en la superficie, como si el agua hubiera descendido.
Seguí adelante por la superficie del agua y entonces empecé a divisar algo extraño en el horizonte. Consulté de nuevo el mapa, las coordenadas estaban más adelante, allí donde llegaba mi vista y avancé cuanto pude hasta que la cápsula no pudo avanzar más y se quedó estancada en la arena.
Abrí la cápsula y lo vi, era tierra. Ceo tenía razón, había tierra que no estaba sumergida. Recogí mis cosas rápidamente y salté al agua con los pies descalzos sin importarme que estuviera congelada. Corrí hasta la arena y cuando ya no había agua me tiré en ella.
Seguía haciendo frío, pero el sol me calentaba el rostro y era agradable acariciar la arena. Empecé a reírme a carcajadas como si nada importara. El invierno nos había devuelto la arena. Sentía ganas de coger la cápsula de nuevo y volver a por Ceo, él se merecía ver aquello, pero solo podía pensar en el sol en mi rostro y en aquella arena que era de verdad.
Mis risas debieron de sonar por todo lo alto y pronto empecé a escuchar pasos que venían hacia mí. Me puse en pie y observé como en la lejanía, entre un montón de árboles, árboles que eran de verdad aunque estuvieran sin hojas en aquel momento, árboles que habían crecido allí sin nuestra ayuda, aparecía un grupo de personas.
Las coordenadas pensé, las coordenadas me habían llevado hasta ellos, Florence me había llevado hasta ellos. Eché a andar hacia aquel grupo de gente que se frenó al verme caminar hacia ellos. Todos vestían abrigos de los colores de las distintas plataformas, había encontrado a las plataformas perdidas, estaban allí reunidos. Levanté el brazo enérgicamente para saludarles y me retiré la capucha mientras me reía. Todo aquello me parecía un sueño, parecía irreal. La tierra era de verdad, los árboles crecían y el invierno no había acabado con nosotros.
Entonces la gente del grupo empezó a apartarse y entre ellos alguien echó a correr en mi dirección. Era alta, las trenzas que le cubrían todo el pelo se agitaban de un lado a otro mientras corría y entonces sonreí, la había encontrado.
Eché a correr hacia ella y nos encontramos a medio camino, nos fundimos en un abrazo mientras ella lloraba y yo con ella. «Me has encontrado». No paraba de repetirme y yo no podía hacer más que reír y llorar. Por supuesto que la había encontrado y la encontraría en todos los lugares que fueran posibles.
—¿Qué es este lugar? —pregunté mientras me daba la mano y seguíamos al resto del grupo de gente.
—Nuestro hogar —respondió ella—. Es nuestro verdadero hogar, Artemis, el lugar del que venimos antes de que lo destruyéramos.
—¿Y cómo habéis llegado hasta aquí?
—La plataforma minera del sector 14 detectó una transmisión de las plataformas superiores, decían que si el hielo seguía avanzando empezarían a mover a la población de las plataformas superiores a la tierra ahora que el agua había empezado a bajar y después de tantos años volvía a ser habitable. Así que las plataformas mineras de los veinte sectores se pusieron en contacto y empezaron esto.
—Se adelantaron a ellos. —Florence asintió. Lo entendí entonces, por eso mi madre no tenía información de lo que estaba pasando y por eso no dejaban que compartieran lo poco que sabían.
—Podremos vivir aquí, Artemis, podremos dejar de explotar las plataformas y vivir aquí. La propia naturaleza se ha adaptado y mientras el agua baje cada vez habrá más tierra.
—Pero el invierno no se ha ido.
—Y ya es irreversible echarlo —respondió con tristeza, su plataforma se dedicaba a las plantaciones, ella mejor que nadie sentía pena por todas aquellas plantas que no crecerían más—. Pero si nuestros antepasados se adaptaron al calor, quizás nosotros podamos hacerlo al frío.
No estaba demasiado convencida de aquello, si nuestro proceso era destrozar una y otra vez el planeta esperando huir después y esperar a que otro cataclismo intentara extinguirnos, no sabía si había realmente esperanza. Pero entonces los vi, las casas que habían construido con las antiguas ruinas que allí había, como eran gente de las diferentes plataformas más pobres adaptados al invierno y sobreviviendo sin que nadie por encima de ellos les obligara a nada.
Quizás aquella era la solución, que los mineros hubieran sido los primeros en llegar a la tierra y que las personas que estaban ahí no eran las que crearon las plataformas, los sectores y nos obligaron a separarnos. Los que nos obligaron a estar siempre mendigando por un plato de comida decente mientras ellos eran los que acababan con nuestros recursos.
Pensé que quizás aquella era una tierra en la que Ceo podría ser explorador y en la que Metis podría descansar, en la que papá podría dejar de trabajar aún con la pierna rota y en la que mamá podría ayudar de verdad. Quizás aquella tierra era una solución rápida y arriesgada, pero era lo mejor que teníamos.
Miré a Florence, que estaba sujeta de mi brazo y sonreía al ver a los niños corriendo frente a nosotras. Pensé que si el futuro era aterrador e iba a ser completamente diferente, al menos sería un futuro en el que la tendría a ella.
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