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El Juego del Pilla Pilla

  • Foto del escritor: Almudena García
    Almudena García
  • 30 abr 2022
  • 9 Min. de lectura

El asesinato se produjo a media mañana pero para cuando alguien encontró el cuerpo el sol ya estaba ocultándose y su asesino había huido muy lejos.

El teléfono en casa de los Urie sonó en medio de la cena, fue Félix, el padre, quien contestó a la llamada y su voz se fue quebrando a medida que respondía; solo Elise, la hija mediana, la que se sentaba más cerca de la puerta, pudo detectar aquello pues fue la única que escuchó la conversación.

Félix volvió a la cocina, se quedó bajo el marco de la puerta y Gloria, la madre, dejó entonces de dar de comer a su hija Renée. No hubo palabras de por medio, solo un intercambio de miradas y Gloria se levantó de la mesa lo más rápido que pudo.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó mientras terminaba de incorporarse.

—Dos horas como mucho —respondió su marido y acto seguido salió de la cocina mientras a su mujer se le rompía el alma en mil pedazos.

Gloria y sus tres hijas vieron a Félix marcharse y Sophie, la hija mayor, actuó con toda la rapidez que a su madre le faltaba en aquel momento. Comenzó a recoger los platos, levantó a Renée de la trona y le indicó a su madre que fuera a cambiar a la niña. Gloria obedeció, como si fuera un títere sin voluntad propia y salió de la cocina con la niña en brazos. Entonces Sophie miró a Elise, que aún seguía sentada en su sitio alejado y estaba terminando su sopa como si ignorara todo lo que estaba pasando.

—No va a servir de nada —dijo Elise en voz calmada antes de que su hermana le gritará que se moviera—. Terminaremos todos muertos.

—Nadie va a terminar muerto.

—¿Seguro? —A Sophie se le erizó la piel por el tono con el que su hermana acababa de hablar y Elise tomó el último trago de sopa antes de limpiarse con la servilleta y santiguarse antes de levantarse—. Ya estábamos todos muertos en el momento en el que papá respondió esa llamada.

Una hora y media más tarde ya estaban todos montados en el coche familiar. Félix conducía, Gloria iba en el asiento del copiloto mientras se frotaba una y otra vez la barriga como si haciendo eso notará que algo podría mantenerse estable en toda aquella situación, Renée iba dormida sobre su adaptador y Sophie a su lado, no paraba de mirar hacia atrás, hacia el último asiento donde se sentaba Elise, sin poder dejar de pensar en la frialdad con la que había hablado de la muerte de todos, Elise, como siempre, iba en ese último asiento, apartada del resto y sabiendo que aquel viaje no tenía ningún destino.

Las carreteras estaban abarrotadas, Félix conducía despacio, sin hacerse notar entre el resto de los coches y cada vez que un coche les adelantaba, todos sentían la necesidad de escapar de allí cuanto antes. Finalmente salieron de la ciudad, las carreteras se vaciaron de golpe, el sentimiento de que no eran los únicos que estaban huyendo de algo se fue diluyendo mientras rebasaban los últimos coches que conducían en dirección contraria.

Gloria dejó de acariciarse la barriga cuando los pocos coches que les pasaban eran camiones nocturnos y algún que otro coche perdido, sintió paz por primera vez en horas y dejó que el sueño la venciera. Sus hijas hicieron lo mismo, menos Elise, que seguía con la mirada en la carretera y no sentía que fuera capaz de dormir.

«Hola… Sí, aquí estamos todos bien… ¿Cuánto tiempo tenemos?... Es muy poco… ¿Nos seguirán?... Mi mujer está embarazada, no puedo… Pero será peligroso… De acuerdo… Gracias a ti por avisar». Elise habría reproducido aquella conversación en su cabeza desde que se la había escuchado a su padre, sabiendo que no llegarían a ningún lado y que hubiera sido mejor que nadie hubiera cogido aquel teléfono y aunque su hermana pensara que había sido cruel con sus palabras, sabía que tenía razón, qué hubiera sido mejor morir todos en sus camas que intentar huir de lo inevitable.

Félix terminó parando el coche cerca de un bosque, lo suficientemente oculto para que los coches que pasaran por la carretera no los vieran pero lo suficientemente cerca para poder volver al camino con rapidez. Aún no era de día y pensó que podría dormir un par de horas antes de que el sol saliera, ni siquiera comprobó si todas estaban dormidas, solo apagó el motor y se durmió.

Elise aprovechó aquello para salir del coche y buscar algún sitio donde poder hacer pis antes de que su vejiga le explotará. Se adentró en el bosque, con el móvil en la mano y los pasos precisos para no hacer demasiado ruido. No habría nadie allí, nadie los había seguido, nadie podría estar esperando en medio de la nada, pero aún así no se permitió hacer ruido mientras se movía entre los árboles. Cuando por fin encontró el sitio perfecto, sintió que no debía haber salido de aquel coche pues una vez que se encontraba apoyada contra el tronco de un árbol y con los pantalones bajados, le pareció escuchar unos pasos a su alrededor. Se dio prisa en terminar y cuando empezó a subirse los pantalones de nuevo volvió a escuchar los pasos y le pareció ver unos ojos observándola en la oscuridad.

Se asustó y echó a correr mientras terminaba de abrocharse los pantalones, su familia seguía dormida cuando llegó al coche y tuvo que despertar a su padre a toda prisa, que le miró con los ojos entrecerrados sin entender qué estaba pasando.

—Había alguien en el bosque —le dijo en cuanto consiguió que abriera los ojos del todo.

—¿Qué hacías en el bosque?

—Tenía que hacer pis. Por favor, vámonos, había alguien, arranca el coche, por favor.

Su padre arrancó el coche sin preguntar demasiado, Elise volvió a su asiento y se dedicó a mirar hacia atrás mientras se alejaban del bosque con la sensación de que alguien seguía tras ellos, porque estaba segura de que había visto unos ojos y estaba segura de que hubiera preferido morir durmiendo que sentir aquella angustia en el pecho.

Siguieron adelante, el sol empezó a salir al poco tiempo y con él todas se despertaron. Elise aún seguía con la vista perdida mirando hacia atrás aunque se habían alejado del bosque hacía mucho y entonces Renée empezó a llorar.

—¿Podemos parar? Habría que darle de comer —preguntó Sophie mientras cogía a su hermana pequeña en brazos para que se tranquilizara.

—No —respondió Elise girándose a mirarla. Tenía los ojos completamente rojos, como si parpadear fuera un placer que ella no podía permitirse y a Sophie se le atragantó su propia saliva al mirar a los ojos a su hermana.

—Deberíamos parar —intervino su madre—. Necesitamos estirar las piernas y tengo ganas de vomitar.

Nadie escuchó las súplicas de Elise porque no pararan, su padre aparcó en un pequeño bar de carretera que no parecía muy concurrido y todos salieron del coche en cuanto el motor estuvo apagado. Elise se resignó a seguir a sus hermanas hacia el interior del local, con la sensación pegada a la nuca de que unos ojos la perseguían. Se sentía una paranoica y aún así, la sensación sólo empeoró cuando entraron y los pocos que había en el bar las siguieron con la mirada.

Su hermana pidió algo para desayunar, Elise se quedó sentada en la barra mientras sus hermanas se iban al baño y empezó a contar los segundos en su mente pensando que sería horrible terminar muerta en un bar de carretera. Minutos más tarde entraron su madre y su padre en el bar, su madre siguió el mismo camino que sus hijas y su padre se sentó junto a ella en la barra.

—¿De verdad viste a alguien? —le preguntó en voz baja y Elise tardó en darse cuenta de que le estaba hablando a ella.

—Vi unos ojos, me miraban, te lo juro, estaban ahí.

—Tenemos que separarnos entonces —comentó su padre con la voz calmada y ella le miró asustada—. Cogeré alguno de los coches que hay aparcados y vosotros coged el nuestro de nuevo, mamá sabe a dónde nos dirigíamos, seguid el camino.

—No te puedes ir solo.

—Pensaba que eras la única que lo entendería —su padre la miraba fijamente, Elise no sabía que responderle, que pensara que aquella huida no era buena idea no significaba que quisiera separar a su familia.

Su padre se tomó el zumo que acababan de dejarles en la barra, la estrechó entre sus brazos, le dejó un beso en la cabeza y le colocó las llaves del monovolumen en el bolsillo del abrigo. Cuando el resto de la familia volvió, Félix les dijo que iba a echar gasolina al coche y salió del bar. Elise sentía que las manos le cosquilleaban y que si hacía aquello, que si su padre se iba solo, habría dado igual aquel viaje sin destino. Se puso en pie entonces, le guardó las llaves a su madre en un bolsillo de su chaqueta y salió tras su padre con la excusa de que quería estirar las piernas.

Elise no volvería a ver a sus hermanas y se arrepentiría de no haber estrechado entre sus brazos a Renée una última vez o de haber hecho de rabiar a Sophie y jamás conocería a su hermano pequeño, pues el pequeño Paulsen nació a los 48 días y para aquel entonces todos estarían muy lejos del lugar donde se inició todo.

Para cuando llegó al aparcamiento y localizó el coche que su padre intentaba robar, este aún estaba intentando hacer un puente al vehículo y Elise tuvo los segundos necesarios para deslizarse en el maletero sin que su padre se diera cuenta. En algún momento asomaría la cabeza sobre los asientos traseros y su padre frenaría para sacarla de allí, pero para cuando eso ocurriera ya sería demasiado tarde para dar marcha atrás.

El coche arrancó, Elise se acomodó como buenamente pudo en aquel maletero, entre la caja de herramientas, y un par de mantas antiguas y roídas que estaban colocadas para proteger el suelo del maletero. «Aquí ha tenido que viajar un perro» pensó mientras usaba una de las mantas para cubrirse y descubría que esta estaba llena de pelos.

Pasó el trayecto mirando por la ventana trasera del coche, viendo más el cielo que otra cosa y observando como el sol iba haciéndose cada vez más claro. Perdió el tiempo allí metida, con el sonido de la radio y el sol acariciándola el rostro, quizás si hubiera levantado antes la vista y hubiera hecho frenar a su padre para sacarla de allí nada hubiera ocurrido, pero el sol, las mantas, la tranquilidad que sentía y el sueño pudieron con ella y se despertó con el sol bastante alto y un frenazo que hizo que la caja de herramientas se estampara contra su cabeza.

El coche aceleró de golpe, escuchó pitidos y la radio se apagó. Levantó la cabeza lo más mínimo y vio como su padre adelantaba a los pocos coches de su alrededor y corría veloz por las curvas de la carretera. Parecía que huía, quizás lo estaba haciendo, Elise no podía distinguir donde estaban, la carretera era estrecha y los volantazos de su padre inestables.

No le importó demasiado y se asomó del todo, vio como un coche les seguía de cerca, trazando el mismo camino que ellos hacían, se dio cuenta entonces de que subían la carretera de una montaña, se preguntó cuánto había dormido y fijó su vista en el conductor que les seguía. Sus ojos, los había visto, en el bosque, no estaba loca.

—¿Elise?

Giró la cabeza, su padre la había visto por el espejo retrovisor y entonces ocurrió, fue un segundo de despiste, la mirada de su padre no estaba en la carretera, estaba en ella y entonces el coche les alcanzó, les golpeó con fuerza y Félix perdió el control del vehículo. El coche se estrelló contra el quitamiedos de la carretera y entonces otro empujón les hizo rodar ladera abajo.

Varias vueltas de campana, el cuerpo de Elise subió y bajó repetidas veces entre el techo y el suelo del maletero. La caja de herramientas la golpeó en una última bajada y perdió el conocimiento en una de las vueltas, no tuvo tiempo de pensar en nada, todo se nubló de golpe.

La despertó el olor a quemado, el dolor en todas las articulaciones, la sangre corriéndole el rostro y la sensación de que la vida se le escapaba entre las manos. Abrió los ojos de golpe, vio el humo por encima de sus ojos y se arrastró cuanto pudo para alejarse del coche que estaba en llamas. Fue entonces cuando los escuchó, a sus espaldas, discutiendo.

—Mátame a mí. —Era la voz de su padre—. Déjala vivir a ella.

—Una vida por una vida, señor Urie.

Elise consiguió ponerse en pie y observar la escena. Su padre de pie, el dueño de los ojos que la perseguían apuntándole a ella con un arma y entonces el disparo resonó en todo el bosque. Pensó que moriría y que aquel había sido un juego demasiado macabro, huir para que el destino al final se la llevara también. Pero el disparo no la alcanzó a ella, tomó el corazón de su padre que cayó de golpe contra el suelo y un grito ahogado salió de su garganta al contemplar la escena.

—Una pena —concluyó su perseguidor—. Veinte años sobreviviendo al juego para sacrificarse por tan poca cosa.

Su perseguidor se acercó hasta Elise, que seguía observando el cuerpo sin vida de su padre y le entregó la pistola con la que acababa de disparar y un sobre. Elise no pudo hacer más que tomar todo entre sus manos y su perseguidor se alejó de allí mientras le deseaba buena suerte.

Se resignó a abrir aquel sobre y observar la ficha del siguiente oponente. Se guardó la pistola en los pantalones y se limpió las lágrimas del rostro, se agachó junto a su padre para cerrarle los ojos y suspiro. «Estúpido» pensó Elise «si hubiéramos seguido todos juntos no habrían ganado».

Y se marchó de allí, ahora le tocaba perseguir a ella y debía ser rápida. El asesinato de su padre se produjo a media mañana pero para cuando alguien encontró el cuerpo el sol ya estaba ocultándose y el juego había vuelto a empezar.

 
 
 

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